martes, 28 de febrero de 2012

Belleza de los ojos: El Alquimista

El alquimista conocía la leyenda de Narciso, un hermoso joven que todos los días iba a contemplar su propia belleza en un lago.

Estaba tan fascinado consigo mismo que un día se cayó dentro del lago y se murió ahogado. En el lugar donde cayó nació una flor, a la que llamaron narciso.

Pero no era así como Oscar Wilde acababa la historia...

Él decía que, cuando Narciso murió, llegaron las Oréades -diosas del bosque- y vieron el lago transformado, de un lago de agua dulceque era, en un cántaro de lágrimas saladas.

-¿Por qué lloras? -le preguntaron las Oréades.

-Lloro por Narciso -repuso el lago.

-¡Ah, no nos asombra que llores por Narciso! -prosiguieron ellas-.

Al fin y al cabo, a pesar de que nosotras siempre corríamos tras él por el bosque, tú eras el único que tenía la oportunidad de contemplar de cerca su belleza.

-¿Pero Narciso era bello? -preguntó el lago.

-¿Quién si no tú podría saberlo? -respondieron, sorprendidas, las Oréades-. En definitiva, era en tus márgenes donde él se inclinaba para contemplarse todos los días.

El lago permaneció en silencio unos instantes. Finalmente dijo:

-Yo lloro por Narciso, pero nunca me di cuenta de que Narciso fuera bello...

-Lloro por Narciso porque cada vez que él se inclinaba sobre mi orilla yo podía ver, en el fondo de sus ojos, reflejada mi propia belleza.

-¡Qué bella historia! -dijo el Alquimista.

Coehlo 1998

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