viernes, 15 de marzo de 2013

Little things became big happiness

Listening ¿Quién pudo ser tan ciego para cambiar el sol de las mañanas por la llama de un fuego cualquiera? (...)

A veces la felicidad consiste, por ejemplo,
en abrir los ojos y darte cuenta que el sol te espera porque tienes un día más de vida; en caminar por la vida creyendo que estás en un videoclip solo porque está sonando tu canción favorita, en ver la sonrisa de un extraño que a lo lejos aparenta derrochar alegría, en soñar despierto e imaginar un momento concreto; en saber que los recuerdos del pasado siguen estando sujetos a tu corazón, pero jamás a tu futuro porque si se quedaron atrás, fue porque habrán nuevos momentos que reconstruirán tu camino, en darte cuenta que aún puedes sentir amor al recibir un pequeño detalle en un momento inesperado, en tener miedo a salir lastimado y aún así tener un porcentaje mínimo de fe en que encontrarás al amor de tu vida, en los primeros pasos de un niño pequeño que tropieza constantemente, pero logra poder caminar y ver su inocencia, su astucia y sobretodo su despreocupación de saber que le depara la vida; en los ojos puros de una madre que te espera con el almuerzo en la mesa, en el consejo de una amiga en tus momentos de declive, en los suspiros luego de ver fotografías de antaño, cartas, poemas y pequeñas piezas que alguna vez te hicieron inmensamente contenta, en alzar una copa y decir salud porque has logrado sobrevivir a un mundo complicado; en encontrarte atrapado entre el quiero y no puedo y lograr crear una nueva salida, en besar sin prerrogativas al que te quita el aliento, en abrazar hasta sentir que sus corazones laten al mismo tiempo, en escribir secretamente para que muchas personas puedan identificar distintos momentos de su vida.. A veces, la felicidad consiste, por ejemplo, en disfrutar las pequeñas cosas

Woman in the mirror


Me gustan las ojeras de tus ojos (de no dormir por estar aprendiendo)
Me gusta tu cabello sin arreglar (porque tienes mejores cosas que hacer)
Me gusta que te quejes (porque se nota que piensas por ti misma)
Me gusta que te vistas como quieras (porque sabes que tienes el derecho de hacerlo)
Me gusta que luches por lo que consideres correcto (no eres domesticada)
Es que por todo eso que... Me encantas

Jonathan C.

domingo, 10 de marzo de 2013

Rimas de improviso I

Te cuento una historia al oído mientras estás sentado en el sofá mirando al piso, arrepentido, crees que te criticaré por tus pasos al vacío, pero no me importan tus retrocesos si de eso tú has aprendido. Sin embargo, sigues siendo el mismo con una mano en mi cintura y la otra suelta, por si las dudas, por si decido abandonarte, por si me arrepiento y me largo a otra parte. Y es que no harás nada si no me sostienen tus brazos a manera de abrigo, si no me dejas ir creeme que hay mejores caminos, creeme que sigue siendo un desatino pensar que podemos construir puentes que atraviesen los percances, ¿tú crees que mereces otro chance? pero, dejemos los dilemas, las incógnitas y teoremas de que la distancia no crea un olvido, sino un regreso conspirado por el cruento y mismo destino, dejemos de pensar que estamos sentados en el mismo sofá que hace unos años nos enseñó otra manera de amar... dejame que te cuente...

Pero, primero convenceme 

viernes, 8 de marzo de 2013

Sobredosis de cafeína: I. Tú también tienes alzheimer


Dedicado a mi clase de Taller de Narrativa. Condición: escribir un cuento que empiece con "desperté una mañana con la conciencia de estar malogrando mi vida"

Tú también tienes Alzheimer

Desperté una mañana con la conciencia de estar malogrando mi vida. Entre sábanas revueltas y una ligera agitación que provenía del corazón, soñé con mi madre. Por unos segundos, minutos, horas, cualquier tiempo nunca fue suficiente para sentir una pena, una pena tan grande al recordar a mi madre y a mi infancia. Porque jamás podré recordarla en otra etapa que no sea mi infancia…

-         Dulzura, apúrate ya es tarde y tienes que ir al colegio – me dijo sin saber realmente la hora
-         Mamá, la que se tiene que apurar eres tú. Hace media hora estás preparando mi lonchera y aún no acabas
-         Dulzura, paciencia. En un dos por tres ya tendrás tu lonchera lista

Y esos dos por tres se convertían en cinco por seis, de pronto en nueve por diez. Mamá no podía hacer las cosas rápidamente y eso me frustraba. Lentamente buscaba galletas en la dispensa, cogía una manzana de la canasta, sacaba un jugo de cajita de la refrigeradora y extrañamente colocaba la manzana en la refrigeradora.  Aquel primer sueño me proyectó a ese preciso momento en mi antigua casa, con mi uniforme escolar no planchado porque mi madre se olvidaba, mis zapatos no lustrados porque mi madre se olvidaba y mi ceño fruncido porque mi madre me olvidaba...

-         Esteb, ya está tu loncherita
-         Mamá, soy Gustav
-         Perdón, dulzura.  Entonces, revisa tu loncherita. Creo que coloqué juguito de durazno y ese era el preferido de Esteb – dijo mi madre en medio de una risa nerviosa.

El claxón de la señora Celia era la señal para que ya saliera de casa y realmente era el momento más esperado. Ya no soportaba a mi madre, no podía soportar que sea tan despistada, mucho menos que me confunda con mi hermano Esteb.

-         Adiós dulzura, te quiero

Luego me dio un beso en la frente y me fui sin decirle nada. Esperaba mucho más de ella, pero ahora que lo pienso ¿cuántas cosas habrá esperado ella de mi? ¿las seguirá esperando?
En acción de segundos, ya estaba en el colegio y sonó el timbre del recreo. Empezó la hora preferida de los niños de primaria y todos corrían en búsqueda de sus loncheras. Era el momento preciso para comer toda nuestra comida ya que el segundo recreo estaba destinado para correr, jugar a las escondidas y saltar soga. Cuando abrí mi lonchera, encontré un jugo de durazno, una galleta, pero no estaba mi manzana ni mi inhalador. Molesto porque no me gustaba el jugo de durazno y la profesora no nos dejaba comer sin antes comprobar que haya al menos una fruta, tiré mi lonchera. La escena siguiente fue inmediata, ya estaba echado en la camilla de la clínica porque me había dado un fuerte ataque de asma. Abrí los ojos y estaba mi madre, con la mirada despistada, con un poco de champú en el cabello y acariciándome el rostro.

-         Perdóname, me olvidé tu inhalador, dulzura. Pero, mira. Para que nunca más me olvide, te hice un collar y tendrás colgado tu inhalador en todo momento
-         Déjame en paz – fue la última palabra que pronuncié

Desperté del aparatoso sueño aun recordándola. Aún pude sentir sus dedos rozar mi piel, con una mezcla de sentimientos, de cariño y de lamentos. Quería que mi madre me arrulle de mi pesadilla como antes lo hacía, que vaya a mi cuarto y me diga: tranquilo, dulzura. Quería seguir soñando para decirle: mamá, te perdono pero antes perdóname tú a mí porque nunca te pude entender. Cuánto hubiese querido no sentirme tan mal cada vez que mi madre me llamaba dulzura, solo porque se olvidaba mi nombre y no quería confundirme con Esteb. Pero, era imposible porque desde hace cinco años ha estado aprisionada en un asilo con otras personas de su edad que están acabando su vida. Ese primer sueño tan solo fue el inicio de una serie de sueños  convertidos en recuerdos y noche tras noche despertaba con la misma agitación en el corazón y solo estaba el inhalador para calmarme, pero ya no ella.

Hasta que un día decidí ir a buscar a mi madre en el asilo donde la había dejado hace cinco años. Hace varios meses que no la visitaba, solo dejaba dinero a las enfermeras para que solventen sus gastos. En definitiva, esa fue mi obligación por cinco años, era un profesional y ganaba lo suficiente para satisfacer sus necesidades económicas, pero no para cuidarla como debí hacerlo. Mientras manejaba en mi carro camino al asilo, buscaba una excusa que me explique por qué la dejé hace años ¿realmente estaba enferma?, ¿realmente se iba a morir?, ¿realmente no pude cuidarla? Quería acabar con mis sueños de infancia que, por la misma culpa que invadía mi conciencia, se convertían en pesadillas siniestras. Llegué al asilo y todos me recibieron sorprendidos, ya que hace muchos meses atrás no la iba a visitar, pero realmente yo me quedé sorprendido cuando vi a mi madre.

         Buenos días, señor Esteban ¿pasa algo? – me dijo la enfermera preocupada por mi expresión de asombro
-         Jen  ¿algo le pasa a mi madre?
-         Tu madre está bien aparentemente  ¿qué te sorprende?  Una persona, más que los años, se envejece por la soledad y la tristeza

Mi madre no era la misma de hace unos meses. Tenía la misma mirada perdida, su cabello ya no estaba con un poco de champú, pero estaba totalmente blanco. Como si cada cabello blanco fuera  cada hora que no estuve con ella. Su rostro estaba arrugado, con su joroba se veía más débil, más vieja.  Me acerqué a ella nervioso y le di un beso en la frente, como los tantos que me daba luego de irme al colegio. Me miró asustada y le dijo a la enferma

-         Jen ¿por qué este hombre tan guapo me besa?

Nuevamente sentí esa agitación en el corazón, confundido entre un sentimiento de melancolía y un ligero ataque de asma. Las preguntas seguían revolviendo mi cabeza  ¿Qué hacía ella ahí?  ¿por qué la abandoné? ¿por qué nunca la supe comprender? Me fui sin decir nada, no quería besarla nuevamente, al igual que en mi infancia cuando no me despedía de ella porque me confundía con Esteb. Pero, esta vez era distinto porque algo más que la melancolía y el asma impedían que pudiera estar con ella: la culpa. Esa misma noche, volví a soñarla. Fue un sueño hermoso, enternecedor, como una canción de cuna que te arrulla el sueño. Soñé a mi madre llevándonos a Gustav y a mi al parque, nos compraba algodón de azúcar y jugaba con nosotros en los columpios, en los sube y bajas y en los toboganes. Era una madre convirtiéndose en una niña, era nuestra cómplice, era nuestra amiga. Las siguiente noches, los sueños me remontaban a nuestros juegos de infancia con mi madre y con Gustav, cuando jugábamos a los carritos, a la lucha libre y con los muñecos. Ahora que lo pienso, ella no solo fue nuestra amiga, madre y cómplice. Sin ser esa su función, también fue nuestro padre. Pasaron los días y más eran mis ganas de volverla a ver, hacerle recordar nuestros juegos de infancia, decirle que ya tengo veinticinco años, que ella ya no tenía porqué estar pendiente de mi inhalador porque ahora lo pongo en el bolsillo de mi saco. Sin embargo, la culpa era cada vez más latente, cada vez más absorbente y me impedía volver a verla. Y lo sueños seguían recurrentes...

-         ¿Mamá? ¿por qué huele a quemado?

De pronto, la cocina estaba propagando una llama incandescente y mi madre estaba encerrada en el baño, llorando, asustada. Abrí la puerta del baño y estaba escondida en la ducha. Me quedó mirando y me quiso abrazar, pero yo molesto la encerré. Estaba harto de que siempre pasen estos accidentes, que deje el caño abierto, que se olvidé de cerrar bien las puertas, de que olvide su llave. Llamé de inmediato a la ambulancia y desde el balcón divisé la cocina negra y muchos aparatos quemados.

-         Dulzura, perdóname. Olvidé de apagar la candela. Estaba a punto de hacerlo, pero ya todo estaba en llamas y tuve mucho miedo
-         Estoy harto de ti, estoy cansado de que te olvides las cosas. Tú estas enferma, eres una enferma y yo no te puedo cambiar

Llamé a la casa hogar y se la llevaron. Empaqué sus cosas para constatar que no se olvidará nada, y antes de irse me dijo entre sollozos
-         Perdóname por todo, hijo mio. No quiero ser una enferma no quiero ¿Me prometes que cuando me cure me llevarás de paseo en tu auto nuevo?

Desperté del sueño recordando el rostro de mi madre y su promesa aún no cumplida. Estaba triste de irse, yo no le contesté a su pregunta, yo solo quería que se vaya de una vez. Una mañana calurosa de julio fue la que me motivó para ir a verla. O de repente fueron las ganas de darle un abrazo y escuchar un buenos días, dulzura. Cuando llegué al asilo, observé que todos los ancianos estaban reunidos en la sala. Toda la sala estaba adornada con globos, serpentinas y pica pica por el suelo. También vi una torta selva negra y en la galleta estaba escrito: feliz día, Sara. Me fui rápidamente del lugar, con el ceño fruncido y golpeando mi carro. Antes que me de un ataque de asma, saqué mi inhalador del bolsillo y estuve pensando cómo pude ser tan idiota para olvidar el cumpleaños de mi madre. Sin dudarlo esta vez, el Alzheimer lo tuve yo y no ella. Fui a comprar un ramo de rosas rojas y llegué al asilo nuevamente. La vi desde la ventana, ella estaba bailando con sus amigos, se movía de un lado para el otro, cual jovencita coqueta, como si bailando podrá olvidar todas sus penas. Aquellas penas cuando estuvo sola por mucho tiempo, cuando mi padre la abandonó cuando estaba embarazada de mi hermano menor Esteb. Por eso él era tan dependiente de mi madre, porque el amor de padre nunca nadie se lo enseñó.  Ahí estaba mi madre, divertida, distraída, olvidadiza, con una enfermedad que la torturó poco a poco.  Y aunque a veces se olvidaba mi nombre,  nunca se olvidó del abandono de su esposo, del terrible accidente de tránsito que sufrió Esteb cuando cruzó la pista una tarde de invierno, de mis ataques de asma de pequeño porque se olvidaba de darme el inhalador. De pronto, miró hacia la ventana y me vio. A pasos cortos y emocionados, se acercó hasta la puerta

-         Joven guapo, ¿estas rosas son para mi? – dijo con osadía y una risa nerviosa
-         Sí, dulzura. Estas rosas rojas con para ti. Feliz día, madre – dije entre lágrimas
-         No, joven guapo. ¿Por qué lloras? Sé que estás acá porque tú también sufres de Alzheimer y crees que yo soy tu madre. Pero, no joven guapo, no llores. Podría ser tu madre, si tú quieres, pero no llores.

Le acaricié el rostro con mis dedos y en cada parte de sus mejillas estaba escrito invisiblemente un te amo, un te extraño, un perdóname, mamá. Aunque ella no lo entendía, me abrazó fuertemente y recibí el abrazo más sincero después de tantos años. Todos los presentes aplaudían este suceso, me olvidé de la culpa, me olvidé de las pesadillas y de los lamentos. Esta vez, estaba con mi madre, no entre sueños, sino en la realidad. Y solo lo pude lograr alejando la culpa, reivindicando los errores y despertarme por fin de la nefasta pesadilla de que el Alzheimer la podía matar. Fui a rescatarla, a rescatarme de los errores. A pesar de que ella ya no se acordaba de mí porque el Alzheimer desarrolló su fase más avanzada, yo aún no podía olvidarla.

-         Esteb, tengo un regalo de parte de tu madre – me dijo Jen

Eran tres cajas de zapatos y dentro de ellas habían muchos collares colgados de inhaladores. Lloré desconsoladamente, recordé que por mucho tiempo, durante mi infancia, mi madre me hacía collares con cola de ratón y colgaba un inhalador. Luego, cuando se me acababa colocaba otro y ese fue el recuerdo de mi infancia más tierno y saludable que tuve y ella lo hizo para que no se vuelva a olvidar. Estuve a punto de entrar en una crisis de nervios y cuando quise usar mi inhalador, ya se había acabado. Mi madre me colocó un collar y me puso el inhalador en la boca.

-         Tú también sufres asma crónica, como lo sufría mi hijito. Yo aún lo quiero buscar, pero no puedo y espero que me encuentre. O de repente nos encontramos los dos con mi otro hijo en el cielo. Por eso yo no pierdo las esperanzas. Pero, joven guapo ya no llores más. Ya te dije puedo ser tu madre de mentiritas.
-         Vamos, madre. Vamos a darte un paseo en mi auto para que encuentres a tu hijo. Él te prometió que cuando te sanes, te llevará de paseo. Pero realmente, el enfermo es él. Y adivina qué… ya se curó.

FIN

Hiden action for pretending


Me pregunto que sucede en el preciso momento cuando dos personas deciden terminar un beso. ¿tan solo un encuentro apasionado? ¿un recuerdo aún guardado? ¿o parte de un juego planificado? Dimelo tú, con otro beso. Me pregunto qué sucede en el preciso momento cuando dos personas deciden mirarse fijamente sin mencionar palabra alguna. ¿Acaso pretenden que los ojos expresen más que las palabras?, ¿quieren reflejar su propia alma?, ¿o los ojos son espejos que en realidad reflejan el alma del otro? Dimelo tú, con tu mirada. Me pregunto qué sucede en el preciso momento cuando dos personas se agarran la mano fuertemente ¿Quieren entrelazar sus vidas?, ¿demuestran que el camino puede ser más sencillo si están juntos? ¿o en realidad solo es signo de debilidad? Dimelo tú, sin soltar aún mi mano. Me pregunto qué sucede en el preciso momento cuando dos personas no saben en realidad que se esconde detrás del silencio de sus actos. You know, aren't you?