jueves, 16 de diciembre de 2010

Algún día lo veré, en el último paradero



Me quedó mirandome por un buen rato. Apenas me vio sola y desplazandome hacia la parte trasera del medio de transporte, sin pensarlo se paró y se dirigió hacia mí, exactamente a mi costado. Él por el pasadizo, yo por la ventana. Dos perfectos desconocidos.



¿Te puedo ayudar en algo?
mis ojos detuvieron su escena sensible, para mirarlo desde mi ventana que reflejaba su rostro, su desconocido rostro. Y volvió a repetir:
¿Te puedo ayudar en algo?
No le contesté. Mi silencio le dio a entender que no me servía de nada si me quería ayudar. Pero insistió una vez más, y le contesté a su misteriosa pregunta.

¿Puedo?
No.
¿Por qué?
- por que no puedes.
- ¿Y si puedo?
- No, gracias.
- Yo podría ayudarte
- ¿Cómo sabes?
- Sé unas cosas, los años que pasan son importantes para aprender.
- ¿Aprender qué?
- De la vida
- ¿De la vida?
- O de los hombres
- ¿De los hombres?
- Sí.
- ¿Qué tiene que ver los hombres?
- En mí, nada . En ti, quizá mucho.
- ¿Qué pretendes?
- Ayudarte.
- Fue un hombre ¿verdad?

Me quede en silencio. Acerqué mis manos a mi rostro para secarme algunas lágrimas, pero me di cuenta que estaba seca. Completamente seca. Su conversación no me incomodó, fue extraña, fuera de lo normal.

- Y... ¿Qué pasó?
- Nada
- ¿Nada?
- Ajá
- ¿Y por qué no sonríes?
- Porque quieres que sonría
- Tienes una linda sonrisa.
- Tú que sabes
- Te vi muchas veces sonreír, y en verdad, es bonita.

Fue insólito. Dejé de mirar la ventana para mirarlo a los ojos. Me di cuenta que era un completo desconocido, que no lo conocía. Lo miré detenidamente, quizá lo conocía. O quizá no. Solo seguí la hilación del diálogo.

- ¿Te hizo mucho daño?
- No mucho
- ¿Entonces?
- Ya te respondí.
- No creo
- Que cosa no crees
- Lo poco que te hizo, te debe doler
- No
- ¿No qué?
- Qué no, ¿no escuchas?
- Te escucho siempre.
- Basta, enserio ¿Quién eres?

Cogió de mis manos. Sentí una sensación única, me tranquilizé por completo y comenzé a respirar lento. Cerré mis ojos por unos segundos, y cuando los abrí me miró fijamente.

- No hay dolor grande para un corazón noble. No hay dolor que el tiempo no cure ni dolor que haga solo daño.
- No estoy dolida.
- Pues tomalo en cuenta, si algún día lo estás.
- ¿Y si siento que di demasiado y no recibí nada?
- Algún día lo recibirás.
- ¿Y si nunca pasa?
- No exactamente recibirás del que te hizo daño
- ¿Por qué?
- Porque jamás vas a comparar lo que hiciste por alguien. Nadie va igualar todo lo que fuiste capaz de hacer. Eres única.
- Gracias.
- No hay de qué.

No sé si fue el consejo más corto o la palabra más larga, pero me sentí tranquila, pacífica, renovada. Miré la ventana nuevamente y estaba a dos cuadras de mi casa. Pregunté por su dirección.

- ¿Dónde vives?
- En el último paradero.
- Yo ya me voy a bajar, ¿me puedes decir tu nombre?
- No temas, nos volveremos a encontrar
- ¿Cómo sabes?
- Vamos, baja de una vez.
- Gracias.

Me sonrió y me detuve nuevamente para mirarlo. Me detuve unos segundo en sus pupilas color miel. Dentro de ellas, reflejaba una líneas blancas. Dos, exactamente. Era una horizontal y otra vertical. Tenía forma de una cruz, una cruz blanca. Hasta que una voz escandalosa interrumpió mi visión

- Amiguita, habla ¿bajas?. Último paradero, baja baja amiguita ya baja.

Bajé, y voltié a mirar el ónmibus que se iba directo al último paradero. Pero me di cuenta que no se dirigió al último paradero que era "La Punta", sino voltió a la derecha y las luces del carro se apagaron, como si no hubiera nadie dentro, como si yo hubiera sido la última persona en bajar, solo el cobrador y el chofer. Desde ese entonces, siempre me encuentro con él, lo siento y algún día lo veré: en el último paradero.

2 comentarios: